“Nació el reverendo padre fray Juan de Belmonte el uno de mayo de 1718 en la pequeña villa de Belmonte, ubicada en la provincia de Cuenca en tierras de Castilla.

          Ahí aprendió las primeras letras, de donde pasó a Salamanca para estudiar la medicina de su tiempo, sitio donde entró en contacto con varios hermanos de la orden hospitalaria, fundada en 1572 por São João de Deus, un fraile enfermero portugués, que años después fue canonizado y santificado

La inclinación por la medicina y la vocación religiosa se unieron en el joven Belmonte al profesar en la orden en 1740 en el monasterio y hospital que tenía establecida la orden en Madrid; ahí permaneció fray Juan hasta el 1750, año en que se embarcó rumbo a la Nueva España, adonde llegó el 29 de noviembre de aquel año.

 Veracruz se trasladó a pie fray Juan al convento y nosocomio que tenía la orden en la Ciudad de México, lo que le permitió conocer aquel país indiano del que se decían cosas maravillosas en la península Ibérica.

  Llegó a la Ciudad de México en las fiestas navideñas, asombrándose de su vistosidad y alegría, pero quiso la casualidad que a su arribo se encontrara con una gran epidemia de cocolistes, en la que, a su decir, “…murió muncha Jente (sic) de fortes dolores de estómago”, por ello no estaba aún señalada la celda que ocuparía, cuando ya se movía con presteza por las crujías hospitalarias atendiendo a las decenas de enfermos ahí recluidos

Casi seis meses pasó fray Juan de Belmonte en el hospital de San Juan de Dios en la Ciudad de México, suficientes para que la comunidad se diera cuenta de sus conocimientos médicos y de su gran vocación religiosa, traducida en verdaderos actos de heroísmo.

Terminaba el fraile muy de noche sus labores en el hospital y aun así pasaba largas horas en la capilla, sin que ello fuera obstáculo para que, al día siguiente, antes de la salida del sol, estuviera ya al lado de sus enfermos.

Muchos fueron los pacientes curados y totalmente restablecidos que agradecieron las bondades de su trato y la gran precisión de sus medicinas, y tratamientos, lo que le dio a ganar buena fama en la Ciudad de México, a grado tal que fue inclusive llamado por el virrey Juan Francisco Güemes y Horcasitas Conde de Revillagigedo, al menos en dos ocasiones para curarle de ciertas dolencias en la espalda.

A finales de 1760, el prior del Convento Juanino de la Ciudad de México recibió suplicas de parte de fray Francisco Xavier de Orozco y Villarreal, prior del convento y hospital de Nuestra Señora de Guadalupe, construido en Pachuca a partir de 1728, para entonces levantado y bien provisto de instalaciones y mobiliario para atender a los mineros de la comarca de Pachuca y Real del Monte. La petición fue la de enviar a un hermano que pudiera coadyuvar a combatir una epidemia de sarampión, iniciada en las minas, que amenazaba ya con infectar a la población del antiguo Real de Minas.

Allá fue enviado fray Juan de Belmonte, de quien se dice logró gracias a su gran dedicación que la epidemia pronto se controlara y pudieran evitarse así muchas muertes. Mas el religioso decidió permanecer en Pachuca, porque vio la gran precariedad en que vivían las familias de mineros y algunos campesinos vecinos de esta comarca.

Se cuenta que un día a finales de julio de 1764 fue llamado fray Juan para impartir la “extremaunción” a un hombre que recién había fallecido. Las muchas actividades en la enfermería del hospital impidieron que el Juanino pudiera desplazarse de inmediato al domicilio del fallecido; cuando llegó, los vecinos le dijeron que el féretro había partido ya rumbo al panteón de San Rafael —ubicado al norte del hoy parque Hidalgo—. Apenado salió el fraile del domicilio del difunto y a toda prisa se dirigió al cementerio.

La campana de la capilla del camposanto doblaba tristemente cada cinco o seis segundos, en señal de que la madre tierra se aprestaba a recibir el cuerpo de un ser humano fallecido.  Fray Juan sentía que sus piernas flaqueaban por el esfuerzo; casi corriendo llegó hasta donde los dolientes veían perderse en la fosa el féretro que contenía los despojos de Sebastián de Gómez, que ese era el nombre del fallecido, a quien fray Juan conoció tras haberle arrebatado de las garras de la muerte seis o siete meses atrás en el Hospital de Nuestra Señora de Guadalupe de Pachuca.

Dando voces llegó fray Juan de Belmonte al lugar donde se efectuaba el sepelio y ordenó suplicante: “¡Saquen el féretro, por favor!” Los enterradores se miraron entre sí con gran extrañeza; fue la esposa de Sebastián quien pidió a los sepultureros que obedecieran al fraile. Con gran esfuerzo sacaron el ataúd de madera; después el fraile ordenó lo abrieran. Boquiabiertos, los enterradores desclavaron la tapa de la caja de madera, mientras el fraile se acercaba al cuerpo envuelto por vendas y una sábana blanca; entonces empezó a orar, imitado por el resto de los concurrentes.

Casi una hora permaneció fray Juan orando, mientras muchos amigos de los dolientes se retiraron extrañados de lo que estaba sucediendo. De pronto dijo fray Juan: “Por favor, quíntenle las vendas de la cabeza y el cuerpo”. La viuda y sus hijos procedieron a cumplir la orden, más cuando lo estaban haciendo, el cuerpo exánime de Sebastián cobro vida y se sentó súbitamente ante la mirada atónita de los asistentes. Minutos después se puso de pie y consolando el llanto y su familia, regresó a su hogar al lado del fraile Juanino.

         El hecho pronto se supo en la comarca y se propagó que era un milagro de aquel humilde fraile Juanino. Fray Juan regresó a la Ciudad de México no sin antes señalar que ya antes cuando Sebastián estuvo en el hospital de Pachuca, experimentó una situación similar, una especie de catalepsia, de modo que no había tal milagro, pero toda explicación no pudo romper con aquella noticia esparcida por toda la región que dio nacimiento a este suceso”.

NOTA:

Publicado en la revista Criterio de la ciudad de Pachuca Tlahuelilpan (México) el 30 de julio de 2017, por D. Juan Manuel Menes Llaguno. (Pachuca, 1 de mayo de 1948) Fundador y miembro de número de la Academia Hidalguense de la Historia y del Consejo Estatal de la Crónica del Estado de Hidalgo. Desde 1983 cronista vitalicio del Estado, considerado como uno de los historiadores más minuciosos y respetados por la realización de sus investigaciones que abarcan temas culturales de historia regional.

Es un abogado destacado que se ha desenvuelto en los tres poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Cuenta con un postgrado de Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México y por el Colegio de México y una especialidad en Sistema Acusatorio Adversarial en México, por el Instituto Nacional de Ciencias Penales.

En abril del 2014 fue nombrado Magistrado presidente del Tribunal Superior de Justicia y del Consejo de la Judicatura del Poder Judicial del Estado de Hidalgo, cargo que ostenta a la fecha.

En enero de 2015 fue galardonado con la medalla Fray Bernardino de Sahagún, por sus notables aportaciones a la historia del Estado de Hidalgo (1).

1.- Reproducido de su Biografía